MOSTOLES CIUDAD SONORA    
 

Notas de artista sobre obra Site Específic en Móstoles


Móstoles es una población que se instala en la confluencia del río Guadarrama con el Arroyo del Soto. Un cruce de caminos en la etapa de caminantes y un lugar de viñedos, muy apreciados por la corte. Tras la Guerra Civil, Móstoles absorbió una parte importante de la explosión demográfica de Madrid y el crecimiento y el desarrollo se vuelven imparables. Este hito histórico ha sido el punto de inflexión definitivo para dimensionar la ciudad como territorio de referencia.
En las afueras de Móstoles, limitando con el Parque Regional del curso medio del río Guadarrama y su entorno, está el Parque Natural El Soto. Un paraje natural con un gran lago con patos y ocas por el que discurre el arroyo de El Soto. Cuenta con una gran diversidad de vegetación. No solo tienen especies de jardinería en su ruta botánica, sino también especies autóctonas de gran valor natural, paisajístico e histórico. Los almendros que se encuentran en El Soto posiblemente sean los árboles más antiguos de Móstoles. Muestran de manera indirecta que Móstoles fue un pueblo dedicado a la agricultura. Y no podemos olvidar otra especie emblemática, el olmo. Estos árboles permiten viajar al pasado e imaginar cómo sería la vida de las personas que sembraron, cuidaron y disfrutaron de este entorno, que ha servido también como lugar de refugio o alimento para aves, peces y una multitud de singulares especies de animales que habitan este lugar privilegiado, entre las tierras de cultivo.
En la antigua dehesa del Soto, cada mes de junio y octubre se sacaban los pastos a subasta. En noviembre fue el lugar para la matanza y durante todo el año era un lugar de lavado de ropa. Las lavanderas forman parte del imaginario colectivo de todas las localidades madrileñas. Las mujeres al lado del río, de rodillas, fregando la ropa, tejen una estampa que se repite a lo largo de la historia y de los años.  Menos de un siglo después, es un lugar donde pasear, ver los almendros en flor, sentir el frescor del agua del lago, juguetear con un pato, o simplemente disfrutar del entorno.
Recorriendo Móstoles hacía el centro, en la zona oeste, hay otro parque singular, el Parque Finca Liana, muy cuidado y tranquilo, aislado del ruido por una valla de hormigón. Es una antigua finca privada que al igual que el parque natural del soto ahora es publica. El interior boscoso, las zonas ajardinadas con sus plazas, bancos y grandes árboles que ofrecen sombra y refrescan el aire, lo convierte en un lugar con mucho encanto. Tiene fuentes monumentales y pintorescas y un enorme estanque artificial. El parque es autosuficiente en el suministro de agua gracias a un sistema de pozos y canalizaciones. Dispone de un lugar de juegos infantiles de gran formato y donde además se celebran las fiestas locales. También es un buen lugar para pasear, hacer deporte al aire libre o jugar a la petanca.
El juego, sobre todo su versión social, revela los rasgos de identidad cultural de una sociedad. Un tipo de juegos que tienen una particular relación con los conceptos sociales y culturales son los juegos populares, transmitidos de generación en generación a través de la tradición oral y práctica. Se trata de un acto lúdico en el que se experimenta en el propio cuerpo ciertas formas que están íntimamente ligadas a conceptos como cultura, sociedad, valores, normas y conductas. Constituye el reflejo social y la imagen viva de las mentalidades de una comunidad, las relaciones con sus semejantes y con el entorno. De esta forma, las actividades de ocio tradicional sirven para explicar las formas de vida de las personas. Se rigen por un sistema flexible de reglas y admiten variantes en función de los intereses de los participantes. Pueden ser modelada de múltiples formas y en este proceso influyen una gran diversidad de aspectos. Todos estos son parámetros particularmente ligados a la tradición de una cultura; las personas y las costumbres desarrolladas por estas a lo largo de los años.
El juego de la petanca en Móstoles es un juego popularizado tanto entre las vecinas como los vecinos. Es un juego tradicional en el que el objetivo es lanzar bolas metálicas tan cerca como sea posible de una pequeña bola de madera, lanzada anteriormente por un jugador, con ambos pies en el suelo y en posición estática desde una determinada zona. El deporte en su forma actual surgió en 1907 en la provenza francesa y su nombre procede de la expresión "pè(s) tancats" ("pies juntos"). Tiene la ventaja de poder practicarse en casi todas partes y por cualquier persona. En realidad solo hace falta un campo liso y limpio y las bolas de hierro. La petanca no conoce ni sexo, ni edad, ni procedencia, ni condición social. Hombres o mujeres, ancianos o niños, fuertes o débiles, todo el mundo puede tirar bolas y nadie está excluido. Pero los apasionados de la petanca saben que exige aptitudes mentales y físicas que salen de los límites del banal pasatiempo. Cuestiones como son el ámbito social (lógica externa) que rodea al juego, además de un análisis social de las costumbres de la población que la práctica, la ambigüedad que hay en la utilización del reglamento y de los acuerdos lúdicos fuera de él, además de las técnicas utilizadas por cada población y cada jugador.
  Cada territorio genera experiencias de vida diversas cuya memoria se refleja en el paisaje, el espacio urbano o el patrimonio, imprimiendo un carácter y una identidad particular a cada lugar. Uno de los factores determinantes en la configuración del paisaje es el agua. Hay una curiosa interrelación de las mujeres con las tareas relacionadas con el agua. Desde mediados del siglo XIX, cuando se construyó la Fuente de los Peces (1850), un sitio espacioso y céntrico de la Villa, se utilizaron las aguas sobrantes, conducidas por una cañería de plomo, para alimentar el lavadero que se situaba al sur en la periferia del pueblo, en la plazuela donde se juntaban las calles del Pradillo y de la Sierra conocido en aquellas épocas como La Charquilla. Consistía en una sencilla charca donde las mujeres de Móstoles lavaban la ropa, utilizando para ello las tablas de lavar, cuya superficie de madera tenía una serie de relieves o corrugaciones para frotar la ropa enjabonada. Las obras de remodelación respetaron los pilones y el caño, quedando dicho lavadero como recuerdo histórico y elemento ornamental de la plaza en la que se ubica, de allí su nombre actual la Plaza del Lavadero. Ahora hay una nueva reproducción del antiguo lavadero con un grupo escultórico junto a él.  Este grupo escultórico representa a dos mujeres sujetando una tela que están lavando, mostrando claramente la labor se desempeñaba en el lugar en el siglo pasado. El conjunto rinde homenaje a las mujeres mostoleñas que durante tantas generaciones acudieron a esta instalación pública para lavar las prendas propias y las de su familia, reconociendo así el importante papel que la mujer ha jugado siempre en la familia.
   
  El estudio de los lavaderos revela también otras cuestiones relacionadas con la memoria de las mujeres y sus condiciones de trabajo. Estos espacios en los que desarrollaban una dura actividad laboral, suponían también para ellas un lugar público donde relacionarse con sus iguales y participar en un entorno social comunitario, fuera del ámbito privado del hogar.La artista, que suele moverse entre lo performático y lo sonoro, escoge el antiguo lavadero de Móstoles para recuperar la vida que había en él a través de sonidos del agua de su pila. Las lavanderías públicas eran lugares de encuentro y en sus aguas circulaban los secretos, las alegrías y las tristezas de tantas mujeres que iban allí a lavarse. Escondidas en el espacio privado de sus hogares, entregadas al trabajo para el hogar y la familia, las riberas de los ríos, las fuentes y las lavanderías eran lugares de encuentro con otras mujeres en el espacio público.
La artista convierte este lugar en un universo que evoca la cotidianidad femenina convertida en memoria rescatada. Entre sábanas blancas, movimientos repetidos y canciones, las lavanderías vacías esconden hoy vidas pasadas, historia cotidiana, semánticas olvidadas que forman parte de la historia de la mujer en Móstoles. Las mujeres anónimas que iban a las lavanderías estaban empapadas de complicidad, libertad y coraje. Un ejemplo fueron las lavanderas que escribieron mensajes secretos con la ropa puesta al amanecer para advertir a los fugitivos en la Guerra Civil. Heroínas, ellas, siempre al margen y silenciadas, que disfrutaban de independencia y tranquilidad, creando su propio espacio en las lavanderías, lo que en ocasiones hasta se veía como una amenaza a los privilegios de los hombres.
El objetivo es recoger este patrimonio oral, musical y sonoro y darle forma, tratándolo con atención expresiva y cariñosa, para descubrir otros relatos, como los que rodean los lavaderos. Son registros sonoros escogidos que hablan de la historia actual y pasada de la ciudad.
   
      Hoja de sala
       
       
       
       
       
       
       
       
 

SECUENCIAS #2
Museo de la Ciudad de Móstoles

     

 

 

             
  CONTACT